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Política

OPINIÓN: Este extremeño, cada día se fía menos

Política

15 de Enero de 2018

Este extremeño, cada día se fía menos

Hubo un tiempo, cuando todavía creíamos en la buena voluntad de los políticos, en el que votábamos con el corazón, convencidos de que la ideología era el argumento principal, y prácticamente el único digno de tener en cuenta, en cualquier acción política.

Entonces, infelices e ilusos, todavía nos seducían las promesas electorales.

Con los años, todo ha cambiado. No me atrevería a decir que completamente para mal, pero desde luego tampoco totalmente para mejor.

Ahora, ni siquiera toda la militancia de los partidos políticos vota por ideología o convencida de la bondad del programa electoral de turno.

Ya sé, ya, que el voto es sereto y que cómo voy a saber yo lo que cada cual vota. Pero las conversaciones anteriores y posteriores a depositar el voto en las fauces de la urna no lo son y, a veces, originan hallazgos sorprendentes. Cada vez se vota menos con el corazón y más con otras vísceras, entre las que, sin gran éxito, intenta abrirse un hueco el cerebro.

Treinta y nueve años y pico de citas con las urnas no han aniquilado mis convicciones ni mi fe en la bondad de la democracia, pero sí han reforzado mi excepticismo.

Hace tiempo que dejé de creer en los programas electorales. Para mí son un dispendio que pagamos entre todos. El día que dejemos de pagarles a los partidos políticos y a los sindicatos, con nuestros impuestos, se acabaron los partidos y lo sindicatos en este país. Los programas electorales, tan cuajados de letras, son papel mojado. Ojalá que las palabras de las promesas electorales también lo fuesen, pues seguiría llevándoselas el viento, pero con menos facilidad.

La única ideología y el único programa electoral en el que aún creo es la poca confianza que puedan inspirarme, en cada caso, un líder político, un equipo de gobierno o unas siglas.

Y digo poca confianza porque en nadie ni en nada tengo ya confianza plena.

¿Cómo tenerla cuando hay tantas acusaciones de corrupción –la antepenúltima, esa oficina de colocaciones de amistades a cargo del dinero de todos que el PSOE parece tener en la empresa pública Gisvesa- sin que nadie dé explicaciones convicentes que las desmientan?

En el fondo, este descreimiento mío resulta una bendición, pues al contrario de quienes sólo votan siglas o colores, yo puedo apoyar con mi papeleta a opciones diversas, e incluso contrapuestas, sin caer en la contradicción.

Es lo que suelo hacer últimamente en las elecciones generales, cuando elijo un partido para el Congreso de los diputados y tres siglas, distintas entre sí y diferentes a la del Congreso, para el Senado.

Puede parecer extraño, pero para mí no lo es. Nos pasamos la vida pidiendo listas electorales abiertas y el Senado las tiene, aunque casi nadie las use.

Y no suele primar en mi elección ni la ideología, ni el programa, ni mucho menos las promesas electorales, que la mayoría de las veces son simples arrebatos mitineros.

Suelo votar a personas de las que me fío algo. Aunque sea poco. En los comicios locales apoyo a quien deseo tener como alcalde y al partido que, en mi opinión, gobernará mejor desde la Junta de Extremadura, aunque no sea el partido de ‘mi’ alcalde.

Los partidos y los políticos llevan tanto tiempo defraudándonos que no puedo comprender el porqué siguen imprimiendo programas electorales, dando mítines, besando a las abuelas en la calle y echándose a los medios para ‘tomarle el pulso’ a la ciudadanía.

Llevan cuarenta años viviendo de la política, ¿de verdad que no saben todavía lo que necesita Extremadura? ¿Y piensan aprender en unas semanas lo que no parece haberle entrado en la mollera a lo largo de cuatro decenios?

¿O es que su objetivo no es conocer nuestras necesidades como personas, sino convencernos de que, como votantes, remediemos las suyas con nuestro sufragio?

Hay gente que cada día da menos motivos para la confianza. Demasiada gente.

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