19 Abril 2024
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Editorial

Los años de nadie

Editorial

19 de Agosto de 2015

Los años de nadie

“A los cuarenta y seis años no tiene edad para trabajar”. Así se lo dijeron en una de las muchas empresas que ha visitado en su búsqueda de un empleo. No tiene edad, pero tampoco la tenía cuando con cuarenta  y tres fue despedido en la vorágine de la crisis. No se quedó viéndolas venir a la espera de que se le acabara el paro y la poco sustanciosa indemnización tras la reforma rajoníana. Aún noqueado se echó a la calle. 

“Está rondando lo cuarenta y cinco”. 

“No. Cumplo cuarenta y cuatro el mes que viene”

“Pues eso, rondando”

¡Maldita sea su estampa! suelta con rabia al recordar a aquel individuo arrogante en su falsa seguridad al que, confiesa, deseó en secreto un pronto despido y un largo desempleo. Me cuenta todo esto durante un encuentro casual, mientras andamos, yo para allá y él para acá, entre dos puentes. Yo en busca de la forma perdida, él buscando el perdido sosiego mientras descarga la frustración a golpe de zapatillas en el asfalto. Mira al frente y continúa. 

“Ahora dicen que ha bajado el desempleo, ¿pero quién trabaja? Desde luego los jóvenes no. Tienen que irse fuera, parece que aquí los consideran inmaduros; los que están a punto de los cuarenta y cuatro tampoco, porque rondan los cuarenta y cinco y se les está pasando la sazón, y ¡qué decir de los putrefactos cuarenta y seis! ¿A qué edad se trabaja ahora?”

Yo también miro al frente. Trato de echar cuentas. Los jóvenes tienen pocos años, los maduros demasiados. Quizás… ¡sí, eso es! A partir de los treinta. No tampoco, porque a esa edad no los contratan sin experiencia. 

“Pues no sé, la verdad. Es posible que acaben jubilando al personal al terminar los estudios”. 

“¿Jubilando? Soy mayor para trabajar, pero joven para la jubilación. Si no encuentro un empleo ¿cómo cotizo y me procuro una vejez digna?”

No sé qué decirle. Tampoco él espera una respuesta. Nos despedimos. Él hacia un puente, yo hacia el otro. Vuelvo la cabeza por si alcanzo a ver hilillos de frustración desprendiéndose de sus zapatillas y deslizándose por el asfalto. No parece. Sigo la marcha, pero me encuentro más pesada, como si los filamentos frustrantes se hubieran encaramado a mi espalda, como si de pronto llevara en mi bolsa mochilera a todos cuantos se encuentran en la devastada y estéril edad entre trincheras, los que deambulan por los años de nadie.   

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2  comentarios

Carmen
20/08/2015 18:47 h.
Qué realidad más dura... una injusticia lo que está pasando

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Jesús
20/08/2015 10:08 h.
Dices 46 años como bien podías decir 47, 48, 49, 50.....

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