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A mi modesto entender, por Antonio García Candelas

11 de Diciembre de 2014

A mi modesto entender, por Antonio García Candelas

Hace casi un año me permití, me permitieron, expresar mi opinión sobre el momento político que en aquellas fechas vivía España.

Entre otras, escribía cosas como esta: “Si en este pobre y empobrecido país donde la cultura del sobre, la comisión y el clientelismo ha sido para muchos la única bandera, no tiene lugar una rápida y flagrante regeneración democrática, puede estallar una auténtica revolución que sustituya a la necesaria e inaplazable evolución. Además, en las actuales circunstancias, ante tanto bellaco, canalla y mentiroso…”

¿Algunos de ustedes se han fijado en lo que hacen las gaviotas a ciertas horas del día? Pues nada. Bueno, nada no. Todas se colocan mirando para el mismo sitio, en virtud del aire que sopla.

Esto mismo es lo que están haciendo Rajoy y su Gobierno. Lo que hacen el PP en su integridad y otros partidos como PSOE e IU, mirar para otro lado y hablar desvergonzadamente de “regeneración democrática”.

Hace tiempo conocemos que sus cartas, las de todos ellos, estaban marcadas. Todos estos tahúres, son enemigos cercanos. En este vilipendiado Saloon en que han convertido el Parlamento de los españoles, se vigilan amenazadores, revolviendo sus chaquetas para mostrar las cachas nacaradas, pero también marcadas, de sus armas dominantes que un día fueron cargadas con los votos populares.

Saben, que a pesar de la evidencias, de los e-mails, de los Elpidios y de los Garzón, siempre pueden mostrar su mayoría “demoniocrática”, y que en todo caso y si las cosa se ponen mal, serán capaces de sumar, en lugar de dividir.

También escribía entonces sobre “senadores, diputados y altos cargos nacionales y regionales de diferentes partidos, profesionales del poder, metidos hasta las cejas en una corrupción propia de los que un día conocíamos como países bananeros…”

Y he ahí, que los nombres de tan preclaros salvadores de su patria, van desgranándose poco a poco, amparados en la desvergüenza de “esas personas” o “esos casos”, torpemente balbucidos por las bocas de estos inmundos y desvergonzados, que un día levantaron gigantescas banderas patrias, con el único objeto de esconder su corrupción sin límites y la de los facinerosos que los utilizan desde el poder.

Afortunadamente no ha estallado “una auténtica revolución que sustituya a la necesaria e inaplazable evolución”. Realmente lo que hoy los acongoja, lo que realmente los “amenaza”, es una imparable involución capaz de mojar la pólvora de sus armas y hacerlas inútiles para imponer su orden en el garito nacional.

Alcaldes, diputados, cargos regionales, tesoreros… Un sinfín de cadáveres malolientes que como Rato y Blesa, se arrogan el derecho de tirar impunemente de tarjeta, hasta el día antes de su caducidad. Todos ellos, desde el poder establecido, intentan ser purificados o cuando menos ocultados, con tal de seguir como sea contra viento y marea, robándole la voz al pueblo masacrado que grita hasta la saciedad: ¡Ya no nos representas!

Sonrientes y felices, alzan el brazo estos hijos de… el pueblo español, intentando seguir sobre el azul del mar el caminar del sol. Como pertinaces gaviotas. Felices, porque sus bancos han pasado la prueba, mejor que los italianos. Si, mientras que ahora somos todos nosotros los deudores del dinero que estos filibusteros les entregaron.

También dije, o escribí: “Pero si quedan, y pienso que sí, muchas señorías honradas en sus ilustres sillones, deberían de señalar con el dedo a sus compañeros corruptos y a sus prácticas ilegales, negándose a sentarse en el corazón de la Patria con tanto mentiroso, ladrón y sinvergüenza que mancha tan sagrados lugares”.

Pues va a ser que no. Sus señorías aplauden a sus camaradas, defendiendo el puesto que ahí tienen. Sonríen entusiastas ante tanto corrupto, aplaudiendo con apoyo inquebrantable a sus jefes políticos, que parecen salidos por su violento y negro patetismo, de las mismas manos de Goya. Cobardes, o tal vez pacientes, confiando en conservar sus sillones para tal vez mañana ser ellos quienes actúen así.

¿Regeneración democrática? Ya pasó el tiempo de los pusilánimes. O ellos mismos los corren a gorrazos o tendremos que correrlos nosotros mismos a unos y otros. Las entrañas del estado están corruptas y todos los que cual gaviota miren para otro lado, son tan corruptos y culpables como ellos.

Y en medio de este holocausto democrático, en medio de este partido amañado con reglas prostituidas ¿el árbitro, que hace?

Porque la Jefatura del Estado, dimitida y reencarnada, sigue con “su agenda” incuestionable entregando premios, presidiendo actos oficiales o inaugurando congresos. Todo ello en lugar de llamar al orden, exigiendo el cumplimiento de las leyes y restitución de los derechos y libertades, adjurando de tanta corrupción política y denunciando la ablación del derecho popular, ¿De qué nos vale una carta magna, una Constitución cuyos artículos son burdo papel mojado, sobre el que sientas sus puercas posaderas los artistas del Saloón? ¿Cómo arbitra este árbitro?

Mientras tanto, Gas Natural Fenosa obtuvo un beneficio neto de 1.239 millones de euros en los nueve primeros meses del año, lo que supone un aumento del 10,6% respecto al mismo periodo de 2013. O el Santander que ha cerrado el tercer trimestre de 2014 con un beneficio atribuido de 4.361 millones de euros, lo que supone un aumento del 32% con respecto a los nueve primeros meses del pasado año. Sus beneficios durante el tercer trimestre se han situado en 1.605 millones, una cifra récord en los últimos tres años.

Desde el pasado año, parece que no han acontecido hechos importantes,  incluso pude dar la impresión de una aparente “paz social”. Pero algo se cuece en paz y silencio. Sí, porque de aquellos movimientos populares, de aquellas algarabías callejeras, ha nacido un sentimiento que parece aglutinar a esas molestas legiones de indignados, de disconformes, que han sentido en sus carnes la mordida de la injusticia que les ha apartado de los derechos que la Constitución les otorgaba. Si, de esa Constitución que hace días se ha celebrado bajo el cielo azul de Madrid y sobre el lecho de asfalto donde miles de desamparados se refugian entre cartones e inmundicias. Al son de los himnos patrios y a la sombra de la bandera, lustrosos y sonrientes políticos juegan a los actos marciales, “adorando y jurando” la Ley de Leyes a la que ellos mismos han añadido tachones impúdicos o desvergonzadamente han arrancado páginas enteras. ¡Cuánta hipocresía Dios mío! En cuanto la tele deje de grabar y las cámaras suelten sus últimos clips, volverán a sus intrigas en las cloacas del poder. Atizarán los viejos miedos, acojonados por las cifras que las encuestas arrojan a sus caras, temerosos de que su “orden establecido” salte por los aires, dejándolos desnudos y desprotegidos, en medio de su miserable podredumbre y de su corrompido “establishment”.

La temida revolución no ha llegado. Todavía no. Pero las revoluciones, en último caso pueden reprimirse. Y ahí es donde tienen sus gran problema, ese problema que está generando tanto terror, en medio de tanta mentira y corrupción. ¿Cómo parar esta involución? ¿Cómo llegar a unas elecciones, en las que el pueblo pueda decidir que merece la pena (o es necesario) hacer las cosas de otra forma?

Y además, hacer las cosas sin ellos. ¿Esto cómo se persigue?  Muchos  todavía piensan que lo mejor es seguir mintiendo a los engañados y agitar los espectrales miedos del pasado, sigilosamente almacenados  en los oscuros sótanos donde el águila imperial sigue criando a sus opulentos  retoños.

Mientras Rajoy y sus ministros deciden si correr para adelante o para atrás, estos cobardes han parado sus relojes, en un intento de ignorar y olvidar. Han aparcado así la resolución de los problemas, haciendo que cada minuto que pase, la mierda que los envuelve nos obligue a todos cerrar ojos, bocas y a callar.

El paro que no para, por muchos eufemismos que se utilicen. Las cifran por mucho que las maquillen son evidentes y dolorosas.

La “cuestión catalana”, esa endémica herramienta que cierta oligarquía catalana (o no tan catalana), saca a la calle siempre que el Estado Español ha pasado por sus mayores dificultades, sigue en un imparable proceso de putrefacción.

La pobreza cabalgante que flagela a millones de españoles, que ya no necesitan carecer de trabajo para ser pobres de solemnidad, se extiende por todos lados.

El hambre diaria que sufre una parte importante del pueblo, de esos cientos de miles de niños que están padeciendo las “agraciadas” medidas de austeridad política, de estas alimañas, es una herida lacerante de la que un día tendrán que dar las cuentas debidas.  

Una juventud (y una gente no tan joven) que sin esperanza ni futuro, espera cada día la ocasión de escapar de este infierno que a su medida, entre unos y otros les han preparado,

A mi modesto entender, algo está cambiando y las cosas no volverán a ser como hasta ahora. Va a llegar un momento en que no podrán ocultar su corrupción, ni sus corruptos. Nadie podrá ser su propio policía o su propio juez. No habrá magistrados de derechas o de izquierdas donde unos u otros puedan ampararse. ¿Recuerdan aquella canción? “Habla pueblo, habla…” Pues hablará. Y su pesar y a pesar de los que cada día le dicen al presidente y a su Gobierno lo que tiene que hacer, esto va cambiar. Y de nada valdrá aquello de: “Luis, aguanta”.