OPINIÓN: No somos nadie sin luz ni internet
La jornada del lunes nos dejó una lección que no deberíamos olvidar nunca: un apagón generalizado nos devolvió, de golpe y sin aviso, a una realidad que parecía enterrada en el pasado. Sin electricidad, sin internet, sin esa conexión continua que damos por sentada, muchos de nosotros nos encontramos desorientados, casi inútiles, como náufragos en nuestra propia casa.
La falta de luz no solo apagó bombillas y electrodomésticos; apagó también la rutina moderna. Sin conexión, las videollamadas quedaron colgadas en el limbo, los correos electrónicos sin enviar, los pagos digitales congelados. Para muchos, trabajar se volvió imposible; para otros, incluso cocinar o entretenerse resultó un desafío. ¿Qué hacer cuando no podemos consultar una receta online, cuando Netflix no arranca, cuando hasta el timbre de casa deja de funcionar?
Sin embargo, no todo estaba perdido. La oscuridad forzada sacó a relucir viejos hábitos olvidados: leer un libro de papel bajo la luz de una vela, conversar cara a cara sin pantallas de por medio, salir a la calle a pasear sin GPS ni música en streaming, o simplemente mirar el cielo. Auténticos lujos que hemos acabado despreciando.
El apagón evidenció una verdad incómoda, pues hemos dejado de saber estar solos, de saber estar desconectados. Nuestra dependencia de la electricidad y de internet ha crecido de forma tan desproporcionada que, en su ausencia, sentimos que se nos desploma el mundo. Nos falta preparación, pero, sobre todo, nos falta conciencia de lo vulnerables que somos cuando confiamos ciegamente en un sistema que puede fallar en cualquier momento.
La tecnología es un avance incuestionable y un facilitador de progreso. Sin embargo, la experiencia de ayer debería servirnos de advertencia: no podemos permitir que nuestra vida entera dependa de un solo cable. Tal vez sea el momento de aprender a convivir mejor con los silencios, con la lentitud, con la desconexión. A reconectarnos, paradójicamente, con nosotros mismos.
Porque si algo quedó claro ayer, es que, sin luz ni internet, no somos nadie... pero podríamos volver a serlo si recordáramos cómo vivir más allá de las pantallas.