La nostalgia: el arte de mirar atrás para seguir adelante
¿Cuándo se empezó a decir eso de que "antes se vivía mejor"? Da igual la época o la generación, todos sentimos esa nostalgia cuando echamos la vista atrás y recordamos anécdotas con un filtro dorado de felicidad y cariño. Pero la nostalgia no es, como muchos creen, un deseo real de volver al pasado. Es más bien una forma de buscar refugio cuando el presente aprieta.
En estas fechas en las que nos juntamos con familiares y amigos que con el tiempo hemos ido viendo menos, revivimos todas esas historias de jóvenes alocados y sin reparos, y rara vez nos centramos en los momentos tristes, sino en las anécdotas que aún nos provocan carcajadas.
Y es que la memoria es selectiva, borra lo incómodo y conserva lo agradable. Nos hace aflorar imágenes editadas de un pasado que quizá no fue tan ideal, pero que hoy nos resulta placentero, porque ya pasó, porque no exige decisiones nuevas. Recordamos menos las preocupaciones y más las sensaciones, como la canción que sonaba en aquella fiesta, una calle que frecuentabas, una conversación amistosa o una rutina sin complicaciones y con aventuras inesperadas.
En una etapa en la que todo cambia demasiado rápido, que parece que nunca llegas a tiempo y que las responsabilidades consumen tu tiempo de ocio, mirar atrás se convierte en un acto casi instintivo, y no lo hacemos por falta de presente, sino por exceso de ruido. La nostalgia nos ofrece silencio, pausa y un lugar reconocible y cálido.
Pero todo esto no es malo. De hecho, es una herramienta de nuestro cerebro para mantenerse entero. No se trata de idealizar lo que fue ni de renegar de lo que es ahora, sino de comprender que, a veces, necesitamos apoyarnos en esos recuerdos para seguir avanzando. Mirar al pasado no siempre es retroceder, sino descansar la mente. Como quien se sienta un momento para coger aire y reponer algo de energía antes de retomar el camino.