OPINIÓN: Aquello de lo que nadie habla
24 de Agosto de 2022
Seguro que aún conservan en la retina el horrible suceso de Archie, un británico menor de 12 años que entró en coma tras un fatídico reto en una popular red social, animada mayoritariamente por público adolescente.
Hace unos días, hojeando álbumes familiares, observé el ABISMO que aquellas generaciones nuestras distaban de estos tiempos actuales. No quisiera entrar en añoranzas de “tiempos pasados que fueron mejores”, ni mucho menos. Aunque siendo objetivos, son notoriamente diferentes.
En las viejas fotos veía amistades de la infancia con los que jugábamos mis hermanos y yo. Cualquier elemento urbano o de otra índole, servía para batallar las mejores tardes entre amigos: un muro, un árbol, hacer un hoyo…
Una cosa peculiar a resaltar, es que aun viviendo con mayor precariedad de recursos didácticos (que sobradamente todo niño de ahora posee), no recuerdo en esas pretéritas diversiones, expresar tal aburrimiento, elemento común de esta infancia contemporánea.
El peligro de las redes sociales para quienes no saben hacer uso de ellas, puede llegar a ser un peligroso ARMA de doble filo. Los psicólogos hablan de ese estímulo neuronal competitivo que “está en la sangre”, y que se manifiesta de forma más común entre niños y jóvenes, donde las redes pasan de ser un mero elemento de distracción, para ser un medio donde batirse con otros chicos, e incluso demostrar sus sorprendentes cualidades: subirse a una peligrosa cornisa o acantilado, desarrollar pruebas físicas con algún scooter, o la imprudente velocidad en coches, con la que algunos jóvenes se suben a redes para reafirmar los méritos de su autoría. (ganándose de paso la loable admiración y los tan codiciosos miles de “likes” de sus seguidores.
Y es que, en parte, no estamos del todo exentos de culpa. Nuestra sociedad no cesa de emitir (subliminalmente), una serie de estímulos incentivadores a la competición, a través de componentes como la publicidad, el deporte, la educación, etc.
Este “narcisismo” mediático que experimentamos con nuestros hijos, parece que no tiene “coto ni freno”, ya que cada vez son más casos (muchos silenciados), de niños y jóvenes que pierden la vida por estas absurdas imprudencias.
Pero… ¿Por qué no hay más transparencia, y a la vez más normalidad en este tipo de sucesos? Ya de por sí, la sociedad parece tener una serie de códigos encriptados a modo de tabúes, de lo que debería hacerse público y no. Y parece que el factor del suicidio entra dentro de ello. El ciberbullying o ciberacoso es otra de las principales causas de mortandad infantil en España y en el mundo. El uso de medios digitales como smartphones, Internet o videojuegos online, etc. con la premeditada intención de acosar psicológicamente a terceros, y provocando alteraciones que, en muchos casos, lleva al suicidio de niños y jóvenes.
Según la (INE) del año 2020, en España se suicidaron en cifra anual, un total de 3.941 personas. Calificándolo la OMS como “la epidemia del siglo XXI. Siendo el 16,8% muertes de jóvenes (10-19 años), entre una media de setenta y cinco individuos, y entre (20- 29 años), una media de doscientos cuarenta y un individuos. Y en niños, (2,62%) en niños menores de diez años. En mi opinión, los niños de ahora juegan a ser jóvenes. (basta con ver su modo de vestir o el maquillaje de niñas que se anticipan a madurar muy por encima del ritmo biológico), tan lejanas a aquellas niñas de entonces que, a pesar de su intrínseca coquetería, en todo momento se sentían niños sin pretender otra cosa.
Estamos agilizando vertiginosamente, lo que en otro tiempo fue una desestresada vida, donde se vivían acorde las etapas propias en el desarrollo del ser.
Nuestras estructuras sociales están repletas de leyes y mecanismos sociales y burocráticos que respaldan un sinfín de colectivos sociales que presentan vulnerabilidad. Pero si hablamos de este fenómeno del suicidio infantil, motivado en gran parte por un desacertado entorno, parece que nadie tiene nada que decir.
De lo que parece vetado en España, y en otros países como Los Estados Unidos de América, es de un alarmante peligro que actúa sigiloso, casi imperceptible a la opinión pública, ya que poco se hace eco de ello. Se trata de la “VIOLENCIA GRÁFICA”.
Insisto nuevamente a entonar el “mea culpa” desde todos los prismas sociales establecidos, ya que esta “contaminación mental” como yo la denomino, agrede en silencio la psique del ser humano, y con más hincapié, a la vulnerabilidad cognitiva de niños y jóvenes.
Cualquier película que aparente cierta normalidad (aquí hago un inciso), para destacar la exagerada violencia gráfica que expresa el film “El teléfono negro”. Puedo decir abiertamente que, aunque un servidor es seguidor de este y otros thrillers de misterio (a pesar de mi medio siglo de existencia), no pude concluir la película, por la fuerte carga de violencia que ejerce y su influencia psíquica. Y esto, lo venden de algún modo para un público infantil.
Cuando observamos el violento comportamiento de un niño (a veces hacia otros), tendemos a justificarlo con un comentario ya muy trillado: “Es por culpa de sus padres que no lo educaron”. Y en algunos casos es cierto, pero no en todos. Desde que el feto sale al exterior de lo que llamamos vida, ya comienza su nueva andadura educativa. Todo en la vida, más allá de las escuelas, es educación.
La educación es: “La formación destinada a desarrollar las capacidades intelectuales, morales y afectivas de las personas de acuerdo con la cultura, y las normas de convivencia de la sociedad a la que pertenecen”.
Por ello, el cine, videojuegos, cómics, amigos, internet, las noticias y un larguísimo etcétera, son los caldos de cultivos de las generaciones más tempranas. Tengo la profunda convicción de que: “La vida es un aprendizaje con dos vertientes: se aprende para bien, y se aprende para mal”.
El gran gigante Facebook, gran inquisidor de “inofensivos poemas” que un servidor acostumbra a difundir, (en muchas ocasiones censurado sin lógica aparente), me sobrecoge que haya contenidos tan violentos (e intocables), como animales devorando a otros animales, o chicos que se agreden sin obstrucción a “las normas comunitarias de la compañía”.
En ese sueño americano, donde existen las hipócritas dualidades de tratar de sacralizar cosas como la Navidad o la Acción de Gracias en familia, existe esa otra realidad yuxtapuesta de la defensa personal del individuo, a través de las armas. Algo que ni el propio presidente Joe Biden, con su lucha contra el mercado de armas, es capaz de abolir.
Mientras no cambien estos clandestinos adoctrinamientos digitales de nuestra sociedad, seguirán existiendo todos esos chicos que se auto provoquen la muerte por competir, otros que querrán dejar su infame rúbrica al disparar a bocajarro a niños de una escuela, y otros que no entienden otro lenguaje mas que el de acosar al débil para derribarlo.
Hoy, he hablado algo de lo que apenas se habla o se debate: “LA VIOLENCIA GRÁFICA”.