28 Marzo 2024
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OPINIÓN: La Extremadura olvidada

OPINIÓN: La Extremadura olvidada

 

Resulta un fenómeno más notorio, la ausencia poblacional de nuestros municipios rurales extremeños, que gradualmente van migrando de los pequeños núcleos poblacionales a las ciudades de Extremadura, sin que nadie todavía haya analizado en profundidad, las causas que motivan tales “úlceras” en la habitabilidad de sus pobladores.

 

Vamos a poner el punto de mira, exclusivamente en nuestra región para tal análisis, aunque ya muchos conocen las connotaciones a nivel nacional de lo que se conoce como: “La España Vaciada”. 

 

A pesar de que son muchos los simposios de expertos, que analizan y debaten el tema de la “fuga de moradores” de un enclave determinado, todavía se desconocen las causas fehacientes del por qué un individuo o una familia, decide taxativamente dejar sus raíces y el lugar que lo vio nacer, para residir en otro que generalmente, suele ser proporcionado en lo posible a una urbe.

 

Suelen ser en la mayoría de los casos, los propios alcaldes y autoridades locales las que ponen el grito de auxilio a la administración, de la inminente peligrosidad de abandono de su pueblo o aldea. Muchos, recurren a reinventarse de algún modo en novedosos factores culturales o sociales para mantener la escasa población censada que, en su gran porcentaje, integran a personas que oscilan entre los 65 a 95 años de edad. En Extremadura, de 250 municipios, 1 de cada 4 habitantes tiene una edad de 65 años.

 

Según recoge la FEMP, ya hay más de 120 pueblos extremeños en riesgo de extinción con menos de 500 habitantes censados. En el municipio de Valverde de Burguillos en Badajoz, no se llega escasamente a los 278 vecinos (2021), con una densidad de 14,87 hab./km², precisamente por el precario abastecimiento de los servicios, como la principal causa en el vaciamiento de nuestros pueblos extremeños y nacionales.

 

Gracias a iniciativas como las adoptadas en el municipio cacereño de Romangordo, donde para hacer frente a la escasez de niños, se decidió dar un nuevo uso a la escuela, creando una residencia de ancianos que creó empleo y atrajo mano de obra a los servicios, e incrementó el padrón en 100 habitantes más, quedando su cifra poblacional en 259 habitantes censados (2021).

 

El municipio cacereño de Gargüera de la Vera, norte de su provincia, cuenta con una población censada hasta el año pasado, de 178 habitantes, 2,56 hab./km².

 

Es por ello, que me atrevería a afirmar que, en toda nuestra geografía extremeña, las muertes van muy por delante a los nacimientos, fruto de esa incertidumbre actual, y la coyuntura inestable en el panorama laboral, que hace que muchas parejas jóvenes no se replanteen de momento el “traer hijos al mundo”. Qué versión quizás más paradójica de aquella España que renacía de las cenizas de una postguerra, donde se remontaba nuestra economía, y era común en las familias tener una media de 4 a 8 hijos, a pesar de una desolada escasez que pretendía remontar en la subsistencia de nuestro país.

 

Pero…, ¿Qué está pasando con este descontrolado flujo de personas que se marchan a vivir a la ciudad? ¿Por qué lo hacen? ¿Acaso han dejado de “sentir” por su tierra natal? Veamos que ocurre:

 

Obvio que un morador de uno de nuestros maravillosos pueblos, no deja de sentir estima por su lugar de nacimiento. Como decía Jorge Bucay: “Jamás debemos olvidar quiénes somos o de dónde venimos…, la vida da vueltas y existe la posibilidad de regresar al mismo lugar”. Aunque con frecuencia uno se ve obligado a hacer las maletas y cerrar para siempre la puerta de su confortable casa en el pueblo. ¿Las razones? Más obvias todavía. Si se tratan de jóvenes, estos deciden marcharse a la ciudad en busca de oportunidades laborables que su pueblo no puede ofrecerle. Aparte de tareas precarias relacionadas con su economía industrial agrícola/ganadera. En el caso de gente mayor, el porcentaje de personas que deciden dejar su pueblo, lo hace por razones propias de salud. Resulta un tanto inquietante para unos hijos, que sus ancianos progenitores vivan de algún modo aislados de los servicios básicos, que no siempre llegan a todos los pueblos. De ahí por qué muchos padres venden sus propiedades rurales para estar más cerca de los hijos, y a la vez más controlados. Pues cada vez, existen en los pequeños enclaves (incomprensiblemente) menos farmacias, centros médicos, bancos, tiendas de ultramarinos, etc.

 

Una persona mayor que vive aproximadamente a una hora y media o dos de un área hospitalaria, teme inevitablemente por su integridad física, ya que pasa mucho tiempo desde que se alarma una urgencia, hasta que la unidad móvil llega a su pueblo.

 

Lamentablemente, hay estructuras culturales, económicas y sociales, sujetas al tiempo e inamovibles en muchos de nuestros pueblos. Donde unas rancias políticas que vienen casi heredadas, no permiten oxigenar/ventilar ese “aire fresco” que necesitan, en la búsqueda de nuevas alternativas a la regeneración del empleo, favoreciendo y potenciando elementos tangibles y básicos como la creación o difusión de “atractivos” culturales, como el patrimonio del municipio, la etnografía y fiestas populares, donde su deterioro u olvido, apenas aportan nada ni generan turismo local. Precisamente por esa equívoca concepción de que, “fuera del campo, ya no hay más horizonte económico”.

 

Se está echando en falta la atención de la administración regional, que unifique y cree tales alternativas que favorezcan el desarrollo de los pueblos. Es evidente que ya no estamos en el medievo, a pesar de que haya municipios que todavía están en consonancia con él. Un pueblo (y sobre todo sus dirigentes), están en la obligación ética y moral de “transformar” ese municipio que ejerció su derecho al voto, esperando cambios que favorezcan a tod@s sus vecin@s.

 

Tal vez, y aquí lanzo la sugerencia a la Junta de Extremadura, se debiera aglutinar a todos estos municipios en peligro de extinción, a través de una CONVENCIÓN CONTRA EL ÉXODO RURAL EXTREMEÑO, que aborde las principales problemáticas de cada uno de ellos, y se palíen soluciones a sus flujos migratorios, poniendo los cinco sentidos en la apuesta y creación de nuevos atractivos y nichos de mercado, que hagan replantearse al extremeño quedarse en su localidad.

 

De igual modo, sugeriría a las administraciones competentes en el área de salud, que a pesar de la complejidad que requiere, pudiera gestionar CENTROS DE ATENCIÓN SOCIOSANITARIAS en distritos rurales, en conexión directa a hospitales a través de helipuertos conectados a tales pueblos, donde un paciente o enfermo pudiera recorrer el mínimo tramo posible por vía aérea, y velar con más seguridad y diligencia en el apremiante tema de la salud.

 

Si en este utópico sueño, pudiéramos hacer de los pueblos, pequeñas “réplicas” de las ciudades; es decir, que contaran con todos los servicios básicos y necesarios para desarrollar una vida en completa normalidad, y sin tener que desplazarse para gestionar un simple documento o recogida de fármaco, estimo con toda seguridad que las poblaciones de nuestros municipios rurales, se mantendrían sin la necesidad de cambiar de residencia.