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Región

Menguando por dentro

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21 de Septiembre de 2022

Menguando por dentro

(Relato de ficción)

 

Siempre estuve muy orgulloso de mi padre. Fue catedrático de historia y filosofía, escritor y colaborador periodístico, además de asesor político de la Comunidad de Madrid.

 

Recuerdo su constante afán de superación y creatividad. Cada vez que oía algo que le hiciera sonar la "campana" del ingenio, se solía quedar serio; observando en cómo darle forma a esa espontánea inspiración.

 

Recuerdo sus correcciones de hombre ejemplar; de mente muy por encima del resto. Cuando me sentaba frente a él en su despacho, y me sermoneaba sobre la responsabilidad y el esfuerzo por obtener las mejores calificaciones del colegio. Sabía dónde golpear para que mi orgullo y amor propio, trataran de exprimirse al máximo.

 

En mi casa siempre se encargó de todas las gestiones del hogar. Los pagos y recibos, la contabilidad, etc. Mi madre descansaba mucho en una mente tan brillante y resolutiva como la suya.

 

Era la sabiduría del genio, que plasmaba ideas sobre bocetos, y las desarrollaba posteriormente en realidades que dejaban como poco, asombrados a todos.

 

Como todo talón de Aquiles, llegó a su vida con los años la debilidad de la enfermedad. Poco a poco, fuimos percibiendo que su memoria y control de todo, fue decayendo progresivamente. Solía olvidar cosas y recados que tenía que dar. El primer sorprendido de tales errores fue él. Que no admitía un solo equívoco en su disciplinado carácter polivalente.

 

Papá se fue apagando por dentro. Casi sin dejarse notar. Fue olvidando la pulcritud de su refinado gusto por vestir. Recuerdo sus corbatas mal anudadas, porque dejó de acordarse como se hacía. Compraba colonias baratas del súper, olvidando su fidelidad a su marca de siempre. La que adquirió tras regalársela mamá para sus bodas de plata.

 

Su despacho, que fue la síntesis del orden, gradualmente comenzó a llenarse de papeles sobre su escritorio…, y supimos de proveedores de suministros a los que no se les había abonado el pago de ese mes.

 

Pobre papá. No se acordaba de cómo anudar unos cordones de los zapatos. Qué dolor tan grande ser testigo de cómo, tu referente en la vida, del que te sentiste siempre tan abrigado y orgulloso, ahora te miraba fijamente de manera inexpresiva. Como si su interior estuviera vacío.

 

Un hombre que fue apasionado lector, con miles de libros leídos y escritos, ahora se entretenía observando con escasos estímulos, dibujos animados para que pudiera abrir la boca y comer. Había retornado a ese niño encerrado en el cuerpo achacoso de un anciano.

 

Mi padre fue un gran hombre. Y tengo que especificar que lo fue. Aunque todavía siga con vida, porque lo que lo hacía grande, se había vaciado de su interior. Era como una robusta secuoya. Por fuera llena de vida, pero semi hueca por dentro.

 

Quién sabe dónde estará esa otra esencia de mi padre. Me resisto a pensar que todo lo edificado en su interior, se deshiciera como un castillo de naipes. Quiero creer que lo "virtual" de nosotros, toda esa energía que nos conforma, va a parar a algún sitio.

 

Hoy he sacado a papá a tomar el sol. Lo llevo a un parque cercano a casa y lo siento en un banco del bulevar a ver cómo transita la gente. Es su mayor distracción. Un niño jugando cerca de él, ha golpeado su pierna con el balón. Al acercarse, el crío le ha soltado un tierno "hola", al que parece corresponder con una sonrisa. Luego, le llamó por mi nombre. Tal vez, ese niño le trajera al desorden de su memoria, esos ratos en los que jugaba conmigo y me hacía reír. ¡Qué orgulloso estoy de mi padre!

 

(Obra de ficción, con gran afecto a todos esos enfermos de Alzheimer que fueron tristemente menguando por dentro en el día de su conmemoración).

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