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Cultura

Análisis de Mondego. La anatomía del fantasma de Joana Ayres, por Ángel Borreguero

Cultura

27 de Diciembre de 2022

ÁNGEL BORREGUERO

Análisis de Mondego. La anatomía del fantasma de Joana Ayres, por Ángel Borreguero

Mondego

 

REBECA HERNÁNDEZ: Mondego seguido de La anatomía del fantasma de Joana Ayres. Barcelona: RIL Editores, 2022, 160 páginas. 17 euros.

 

Dos novelas cortas interrelacionadas, hechas de treinta fragmentos numerados la primera, de dibujos medievales acompañados de pequeños poemas en prosa la segunda, componen este segundo volumen narrativo de la lusitanista Rebeca Hernández, profesora en la Universidad de Salamanca y autora de la novela Los abandonos, publicada en 2021 por la sucursal española de esta editorial chilena que ahora se atreve con Mondego seguido de La anatomía del fantasma de Joana Ayres.

 

La primera de las nouvelles relata la llegada matinal de la joven Joana Ayres a una Coímbra de cartón piedra, encantadora como un cuento de la infancia. Hay aquí ecos de Dickens, Laforet o Eça de Queirós, y Coímbra y su río aparecen como una Oxford y un Cherwell menores. Es Coímbra para Joana la ciudad fantástica con olor a flor de tila y llena de literatura y de dulzor.

 

Se alterna el relato del pasado con el de un presente en que la madura Ayres regresa a Coímbra para rememorar un amor antiguo, y con el de las peripecias del rey Dionisio I de Portugal y su mujer la reina santa, sobre los que la protagonista escribe un libro. Joana Ayres recrea la apariencia del rey trovador, su boda a distancia con Isabel de Aragón y la noche en que la desfloró, las seducciones, las conquistas del rey promiscuo y sus ansias de grandeza.

 

En estas páginas repasa Hernández la teoría amorosa trovadoresca, habla del daño que inflige el amante depredador y da voz a las doncellas embaucadas por el soberano, que hablarán de veneno y daño.

 

Cierran la novela cinco secuencias de tono profético en que Joana conversa con sus caseras Hélia y Maria Gabriela, que han testado a su favor. Con ellas habla de libros, bebe té y conforma una especie de hermandad femenina (“Tomadme, hermanas. Soy de vosotras”, dice Joana a las viejas hermanas caseras en la p. 39) que le ayudará a indagar en la memoria y a “fulminar con las manos la imaginación del dolor” (p. 77).

 

Oscila el texto entre la exaltación lírica y la digresión que entorpece y lastra la lectura. Las descripciones poéticas, que rara vez alcanzan vuelo alto, se ven interrumpidas a menudo por academicismos en la prosa (la fórmula “por cuanto” llega a aparecer hasta diez veces). Debería haber cuidado la autora más la escritura, hay inelegancias y descuidos en la puntuación.

 

Los textos que componen La anatomía del fantasma de Joana Ayres recuerdan a los de la última Marguerite Duras. Hay en ellos intimidad y paisaje. Reaparecen aquí los personajes de la novela anterior y se ensanchan las referencias artísticas, de Camoens a Bach o Modigliani.

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